Una Gran Carta de Dios para tiempos difíciles

Querido hijo mío, querida hija mía:

Veo que has abierto esta carta con manos temblorosas. Quizás las lágrimas nublan tu vista mientras lees estas palabras. Tal vez el peso sobre tus hombros se siente tan abrumador que incluso respirar parece un esfuerzo.

Permíteme sentarme junto a ti un momento.

Antes de decirte algo más, necesito que sepas esto: estoy aquí. No como concepto distante o idea religiosa, sino aquí—tan cerca que podría contar tus pestañas, tan presente que percibo cada latido acelerado de tu corazón. Esa sensación de que alguien te acompaña cuando estás completamente solo no es tu imaginación. Soy Yo.

Conozco exactamente lo que estás atravesando. No en teoría, sino con precisión absoluta. Ese diagnóstico que te quitó el aliento. Esa traición que no viste venir. Esa pérdida que dejó un vacío que nada parece llenar. Ese miedo al futuro que te paraliza. Lo veo todo con claridad perfecta.

Sé que has intentado ser fuerte. Has secado tus lágrimas rápidamente para que nadie las note. Has sonreído cuando por dentro gritabas. Has seguido adelante cuando todo en ti quería rendirse. He contado cada uno de esos esfuerzos.

Y ahora, quiero que escuches atentamente:

Esta prueba que atraviesas no es tu destino final—es solo un capítulo. Parece interminable mientras estás en medio de ella, como la noche más oscura que nunca dará paso al amanecer. Pero te prometo: el sol volverá a salir en tu vida.

Este dolor no es un castigo. No es evidencia de mi ausencia o de mi indiferencia. A veces, las transformaciones más profundas nacen en los momentos más difíciles, como el oro que solo revela su pureza después del fuego.

Hay propósito incluso en esto que no entiendes. No puedes verlo ahora, de la misma manera que una semilla bajo tierra no puede imaginar en qué se convertirá. Pero debajo de esta oscuridad, estoy trabajando. Preparando caminos. Abriendo puertas. Tejiendo conexiones. Transformando lo que parece destrucción en fundamento para algo nuevo.

Mientras tanto, no tienes que tener todas las respuestas. No necesitas entender el plan completo. Solo necesitas dar el siguiente paso, por pequeño que sea. Y cuando no tengas fuerzas ni para eso, Yo te llevaré.

Esta carta no es solo para ofrecerte consuelo pasajero. Es un recordatorio de una verdad que el dolor a veces nubla: nunca has estado solo en esta batalla. Nunca lo estarás.

Mañana, cuando despiertes, quizás las circunstancias no hayan cambiado. Pero algo será diferente: llevarás esta carta en tu corazón. La certeza de que estoy contigo. La promesa de que esto pasará. La seguridad de que hay luz esperándote, aunque ahora no puedas verla.

Toma mi mano. Respira profundo. Un paso a la vez. Estamos atravesando esto juntos.

Con amor eterno e inquebrantable, tu Padre Celestial.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll to Top