Hijo mío, hija mía de mi corazón:
Siento cómo tu pecho se aprieta mientras lees estas palabras. Ese nudo en el estómago que ya parece parte de ti. La mente acelerada que no encuentra el botón de pausa. Los escenarios catastróficos que construyes sin querer. El cansancio de vivir en alerta perpetua.
Esa ansiedad que te roba el presente mientras te hace prisionero del mañana.
Acércate. Quiero hablarte directamente sobre esto que enfrentas cada día.
Primero, quiero que sepas que te veo. No solo tus síntomas visibles—las noches sin dormir, las uñas mordidas, la irritabilidad que luego lamentas. Veo también la batalla silenciosa. El esfuerzo heroico que haces por mantener la compostura cuando por dentro sientes que te desmoronas. La sonrisa que sostienes mientras tu mente grita preocupaciones. El “estoy bien” que pronuncias cuando estás agotado de luchar contra tus propios pensamientos.
En Filipenses 4:6-7 dejé estas palabras específicamente para momentos como este: “No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos.“
No es un versículo para recitar mecánicamente. Es una invitación a un intercambio real: tus preocupaciones por mi paz. Tus “¿qué pasará si…?” por mi “Yo ya estoy allí”. Tu incertidumbre por mi seguridad.
Esa paz que menciono no es solo calma temporal. Es un refugio indestructible en medio de la tormenta. No depende de que las circunstancias mejoren o de que las amenazas desaparezcan. Es una tranquilidad que desafía la lógica, que permanece firme incluso cuando todo parece desmoronarse.
Tu ansiedad te susurra que debes controlar todo para estar seguro. Yo te invito a reconocer que nunca has estado verdaderamente en control—y esa es una buena noticia. Porque Yo sí lo estoy.
Cuando esos pensamientos comiencen a girar sin control, cuando el futuro parezca amenazante, cuando tu respiración se acelere y tu corazón también, recuerda esto: Estoy más cerca de ti que tu propia ansiedad. Más presente que tus preocupaciones. Más poderoso que tus miedos.
Respira profundo. Ahora mismo. Siente el aire llenando tus pulmones. Ese simple acto es recordatorio de que te sostengo momento a momento.
No te prometo que la ansiedad desaparecerá como por arte de magia. Pero te aseguro que no tiene la última palabra en tu historia. No definirá tu futuro. No determinará tu valor. No limitará tu propósito.
Un día, quizás pronto, mirarás atrás y verás cómo incluso en estos momentos de lucha interna, estaba obrando en ti algo hermoso: una fuerza que no conocías, una empatía hacia otros que sufren, una dependencia de mí que es en realidad tu mayor libertad.
Mientras tanto, permíteme cargar contigo ese peso invisible que llevas. No tienes que ser fuerte ahora. Solo necesitas ser sincero conmigo sobre tus miedos, y luego, dar un paso a la vez hacia la libertad que te espera.
Tu ansiedad no me sorprende, no me decepciona, y ciertamente no me aleja. De hecho, me acerca más a ti.
Con amor inquebrantable,
Quien calma las tormentas con solo una palabra