
Mi querido hijo, mi preciosa hija:
Hoy noté cómo miraste el teléfono esperando un mensaje que no llegó. Vi cómo observaste a otros riendo juntos mientras tú permanecías al margen. Sentí ese vacío en tu pecho cuando cerraste la puerta y el silencio te envolvió.
Tu soledad no pasa desapercibida para mí.
Quiero que sepas algo importante: esos momentos cuando nadie parece entenderte, cuando las palabras se quedan atascadas porque no hay quien realmente escuche, cuando la cama parece demasiado grande y la casa demasiado silenciosa… estoy ahí contigo.
No como idea abstracta o consuelo imaginario. Estoy presente, tan cerca que podría contar tus pestañas, tan atento que noto cada suspiro.
En Deuteronomio 31:6 te dejé esta promesa: “No te dejaré ni te abandonaré.”
No son solo palabras bonitas en un libro antiguo. Es mi compromiso personal contigo.
Esta temporada de soledad no es tu destino final. Es un capítulo, no toda tu historia. Mientras tanto, estoy usando este tiempo para prepararte, fortalecer raíces que nadie ve, pero que sostendrán el árbol magnífico en que te convertirás.
Mañana, cuando despiertes y ese sentimiento de soledad intente visitarte nuevamente, recuerda: nunca estás realmente solo. Estoy más cerca de ti que tu propia respiración.
Y pronto, más pronto de lo que imaginas, verás cómo esta soledad se transforma en el testimonio más poderoso de tu vida.
Con amor que nunca se agota, Quien nunca te deja solo ni un instante